La industria de los cruceros (al menos, la de USA) es, en cierto modo, un modelo en miniatura del país que le gustaría construir a Trump: poblado de señores blancos de mediana-tercera edad consumiendo todo el tiempo, gobernado por corporaciones que evaden impuestos y esquivan regulación laboral, con trabajadores precarios y preferentemente inmigrantes, seguridad privada que colabora en el encubrimiento de agresiones sexuales, poca y mala sanidad, y especialmente vulnerable a pandemias como la del COVID: “The cruise ship outbreak was the American pandemic in miniature; the virus fed off the inequities and deficiencies of health, labor, and housing systems. Cruise ships, with their Parasite-like layering of workers and pleasure seekers, are like massive floating models of extreme inequality, of what a society looks like when its leaders cut the “social” out of the social contract.”
Y, como relata el artículo, no es sorprende que Trump sea amiguísimo del dueño de una de las principales compañias de cruceros de USA (Carnival): los Cleptócratas funcionan así: “Of course Donald Trump and Micky Arison, chair of the world’s largest cruise company, are friends. It would almost be weird if they weren’t: two hospitality billionaires who inherited their fathers’ businesses and have a passion for tax avoidance and a flair for showmanship. They go way back. Trump attended a Heat game with Arison in 2005, the same year Carnival hosted an Apprentice-themed cruise.”
La semana pasada, varias mujeres acusaron a Warren Ellis de un comportamiento predatorio tristemente común en las industrias del entretenimiento: el de usar su posición de influencia para, de forma sistemática, encontrar mujeres mucho más jovenes que él con proyectos artísticos, formar relaciones de “mentor-protegida” para “ayudarles a entrar en la industria”, y continuamente traspasar los límites de esta relación para poder acosarles con guarradas por chat y ejercer manipulación emocional sobre ellas. Y cuando esto comenzaba a ser aburrido, pues a por la siguiente.
Tengo todas las novelas y buena parte de los comics de Warren Ellis, y hasta ahora lo admiraba bastante, pero conforme leía las declaraciones de @katiewest, @theremina, @zoetica, y otras tantas, más me cuadraba todo. Sigo en twitter a Warren Ellis desde hace más de 10 años, y me sonaban todos los nicks de ellas porque Ellis las ha ido mencionando o publicitando en diferentes epocas, nunca a la vez. Las gracietas de “soy un viejo verde que va tras jovenes góticas”, a lo mejor no eran bromas. La no-disculpa que Ellis publicó en twitter fue doblemente decepcionante, y exactamente igual a un montón más de no-disculpas que hemos visto durante el #MeToo.
Y todo esto es el disgusto, tristeza, y decepción de una persona random (yo) que leía sus novelas y cómics. Imaginad cómo se han sentido y se sienten sus víctimas, las que le han tenido que sufrir.
Como apunta el autor de este artículo, antiguo parroquiano del foro que tuvo Ellis en Internet durante los 90, quizá teníamos todas las pistas de esto delante nuestro y mirábamos para otra parte. Esperábamos mucho más de tí, Warren.
En otro orden de cosas, ya te puedes comprar tu propio Boston Dynamics Spot por el precio de un coche caro (alrededor de 70,000$).
Hay mucho potencial de aplicaciones, positivas y negativas. Lo preocupante, quizá, es que tampoco va a haber un control en la práctica para evitar las negativas: “Perry says that Boston Dynamics will enforce a code of use for the robot: no weapon attachments and no use cases that can “harm or intimidate” people. But like any firm selling its wares online, it has no real way of stopping malicious uses once the robot is out of its hands. This is true of many technologies, of course — from drones that are turned into remote bombs to 3D printers used to make untraceable firearms for criminals.”
En este artículo me he dado cuenta de que no soy el único que alucina con la actitud de bastante gente, que parecen creer honestamente que la crisis de la pandemia ya ha terminado, cuando a mí me parece que, siendo optimistas, hemos pasado el 20% de lo que queda de todo esto. En este ciclo hiper-acelerado de información en el que vivimos, me da la impresión de que ya no olvidamos las crisis tras sobrevivir a ellas, si no que las estamos olvidando cuando aún estamos en plena crisis.
Pero también, como se comenta en esta columna, tampoco sabemos las historias detrás de los demás. No sabemos si han tenido que estar en primera línea mientras los demás estábamos en casa, o cómo ha afectado la crisis a su salud mental y a la de su entorno, o si salir a la calle a hacer cosas es la única via de escape que les queda para no reventar. En fin, pinta todo complicado.
Pero como el ejercitar el cuerpo no está reñido con mantener la seguridad, soluciones como las de este gimnasio en California también hace que pensar que se puede volver a disfrutar de cosas a la vez que se tiene en cuenta la seguridad de los demás.
De alguna manera nos las hemos arreglado para entrenar a un sistema de Inteligencia Artificial para que concluya que “Hombre es a Programador, como Mujer es a Ama de Casa”. Será que estos programas sólo pueden hacer una cosa: aprender de nosotros. Y que nosotros todavía somos bastante machistas.
No llegaron a suceder finalmente, pero vale la pena contemplar estos prototipos de dispositivos Apple de los 80 simplemente por su valor artístico.
Yo no conocía la historia de Toni Genil y los macarrones que le cocinó a Michael Jackson, pero todo es posible.